Hace un mes asistimos como ponentes al seminario “Protección y gestión del Paisaje Urbano Histórico”. Un encuentro organizado por la comisión ‘Patrimonio y Ciudad’ del Grupo Ciudades Patrimonio de la Humanidad, destinado a técnicos y responsables de diferentes administraciones (local, autonómica y estatal) así como a estudiantes, profesionales e investigadores de áreas como urbanismo, arquitectura, arqueología, historia, arte, geografía, sociología, etc. Nuestra ponencia versaba sobre la realidad o la ficción de la participación ciudadana como estrategia urbana dentro de los nuevos modelos de gestión de nuestras ciudades. Rodeados en esta ocasión, por técnicos y funcionarios, nuestro entusiasmo por los pequeños logros ciudadanos que estábamos llevando a cabo en Jaén en espacios públicos y solares abandonados del conjunto histórico, se vio tanto alentado como criticado.
Una vez terminado el seminario, comenzamos a analizar los comentarios recibidos, que podemos resumir en:
>> La participación ciudadana es peligrosa y se utiliza como moneda de cambio: quiénes son los ciudadanos buenos y quiénes son los malos.
>>Sois demasiado jóvenes, optimistas y utópicos. Los modelos de autogestión propuestos, así como las acciones urbanas participativas son complicadas de introducir en los modelos actuales de desarrollo urbano.
>>Es imposible que participe todo el mundo.
>>Los asistentes no tenían conocimiento de movimientos ciudadanos que están intentando modificar las formas tradicionales del urbanismo y la arquitectura (es más, pensaban que nuestras acciones eran casi exclusivas).
Hemos estado ya en varios congresos, encuentros y seminarios sobre reciclaje urbano y también sobre la protección, conservación y desarrollo del patrimonio. Todos con el objetivo de querer reunir a los distintos agentes mencionados anteriormente: tanto los que trabajan en procesos top-down (administración) como los que están trabajando en estrategias basadas en el bottom-up (colectivos ciudadanos). Y en todos ellos hemos encontrado un punto débil: no hay interacción. Es decir, a los encuentros organizados por colectivos implicados en empoderamiento ciudadano e innovación social, asisten personas con los mismos intereses; y a los organizados por instituciones y/o administraciones, acuden técnicos y funcionarios.
Pocas veces hay diversidad de público en estos encuentros. Y no por falta de interés de los organizadores, o porque no tengamos el mismo objetivo (hacer ciudad), sino que se debe más bien a que las administraciones nos ven como enemigos (y además, enemigos no rentables) y los colectivos vemos a la administración, a sus técnicos y funcionarios, como una barrera infranqueable y conservacionista.
Desde nuestra pequeña experiencia en los proyectos de participación ciudadana #rEAvivaJaén y #PROYECTOrEAcciona para la dinamización de espacios públicos y la regeneración de solares abandonados, hemos tenido tanto acogida como rechazo, trabajando con técnicos que apostaban por el cambio y con otros que nos miraban incrédulos ante nuestras propuestas. Y a día de hoy, podemos afirmar que trabajar con la administración es un proceso lento que requiere de grandes dosis de paciencia por ambas partes. Fue en el seminario de Cuenca donde nos decidimos a seguir esforzándonos y confiando en la energía vecinal del conjunto histórico que se ha unido para defender y mejorar el patrimonio de la ciudad. Y todo gracias a una pregunta que nos lanzó una concejala: ‘¿creéis que el ayuntamiento debería seguir esforzándose por un barrio en el cual cada vez hay menos gente?’. Sí, lo creemos (es más, seguramente su situación actual parta de estos interrogantes). Y seguiremos luchando por mejorar este conjunto histórico entre todos, aun sin cristales en las farolas.

Es más, nos sentimos confiados en el proceso de cambio gracias a la reunión esta semana de #MadridLaboratorioUrbano en Media Lab Prado, un encuentro donde se reunieron colectivos, arquitectos, funcionarios del ayuntamiento de Madrid y especialistas en derecho local, urbanismo, derecho asociativo y seguros y responsabilidad civil. La problemática de los colectivos era similar: cómo negociar con las administraciones sin representar un peligro, cómo optar a la cesión de un espacio público, un solar o una infraestructura para realizar actividades en beneficio de la ciudadanía y cómo prolongar estas cesiones en el tiempo. Y para la administración surgía la duda de quién tiene la responsabilidad de esos espacios una vez cedidos, y el por qué renovar la cesión a un colectivo y no a otro.
Por lo tanto, está claro que algo debe cambiar en ambas direcciones, ya que entretejer nuestras experiencias y conocimientos puede mejorar nuestras ciudades. Y el logro no estará totalmente realizado si no se empieza una escucha activa desde arriba y desde abajo. Debemos dejar de vernos como enemigos y empezar a mirarnos como oportunidades, como colaboradores, ya que trabajamos por un objetivo común: mejorar nuestros barrios y devolver la calle al ciudadano (aunque esto último ya de por sí puede representar una amenaza). Nuestros lenguajes son diferentes aunque hablemos del mismo tema, y es por esto que surge la falta de entendimiento.
Reflexionando sobre estas jornadas, podemos concluir que:
>> debería existir una figura jurídica representativa para colectivos que deseen autogestionar determinados espacios en la ciudad, y con la que la administración pueda negociar.
>> se empieza a trabajar con el concepto de custodia urbana, un término empleado en suelo agrario, y que trasladado a la ciudad consistiría en facilitar la participación de la ciudadanía para la conservación de un espacio para su utilización realizando acciones de interés social y general.
>> se ha de reconocer el valor social de actividades promovidas por la ciudadanía.
Entre todos los ciudadanos que trabajamos de forma distinta (y en esto radica la riqueza de nuevas experiencias), podemos explorar formas de convivencia distintas y construir nuevas formas de hacer ciudad.
María Toro Martínez [Estudio Atope]
**ARTÍCULO ORIGINAL PUBLICADO EN LA CIUDAD VIVA**
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