Os dejamos la parte del relato de Gloria Serrano que nos ha encantado por narrar el inicio de un proceso urbano participativo. Un proceso que podría ser el que se está dando en cualquier barrio de cualquier ciudad a esta misma hora, o a otra hora distinta…
Sucedió así: se reunieron en determinado centro cultural y, después de tratar los temas generales, formaron dos grupos en los que comenzaron a dialogar de los asuntos que a todos importan. En cada conjunto, alguno de los asistentes tomaba nota de lo que se decía y, otro más, iba dando turno a las participaciones. Primero hablaron del “qué” y cada uno, con elocuencia, fue externando su opinión sobre aquellas necesidades apremiantes que perciben en su barrio, en el lugar donde habitan, al que pertenecen, por el que transitan a diario y conocen bien. La conversación giró en torno a diversos temas, entre ellos urbanismo, movilidad y cuidado del medio ambiente. El prototipo de ciudad que determinará, por citar un caso, el uso que se dará en los años por venir a los espacios públicos, es algo que les preocupa. Por eso acudieron puntuales a esta cita, en sábado; es decir, en fin de semana, cuando por lo general no se piensa sino que se descansa.
Hablaron de contar con un marco jurídico que brinde soporte a la participación ciudadana, de repensar la economía de la localidad y de crear herramientas de defensa colectiva. Dijeron que la retroalimentación es importante para no sentirse solos en el proceso de repensar la vida en común. Dijeron que en ciertos barrios se vive precariamente, que en otros predomina la población de adultos mayores y que en otros más, ya existen grupos de trabajo analizando cuál es la mejor forma de gestionar los bienes comunes. Dijeron que es imperante contar con auténtica representatividad en el municipio, que se debe dar cabida a las expresiones artísticas y culturales de los jóvenes y que habría que quitarle el mote de “comercial” a la cultura. Dijeron, además, que planeación urbana significa anticiparse, ver más allá de lo que está sucediendo en el momento, y que el desarrollo urbano comienza en el epicentro, donde adquiere su máxima intensidad: el barrio.
Mencionaron que un municipalismo democrático implica visibilizar las acciones de los moradores, incluir a los ahora excluidos y documentar cómo se producen los cambios para propiciar que después surjan nuevas iniciativas. También se refirieron a conceptos como “autogestión y cogestión de espacios sociales” y “descentralización de servicios”, y manifestaron que ante el “vocerío mediático”, instrumentar un sistema de comunicación interbarrial es indispensable para lograr la cohesión social. Sin proponerse teorizar, cada uno construyó un relato desde su propia y más cotidiana experiencia. “Es nuestra obligación, es nuestra responsabilidad”, dijo uno de ellos. “Busquemos la forma de que los cambios implementados permanezcan”, propuso otro. “Se trata de empoderar a los habitantes de cada distrito”, comentaron y reconocieron que esta metrópoli no es homogénea, que hay un desequilibrio entre el norte y el sur, y que el suyo, es un ecosistema citadino que contiene otros tantos que en sí mismos constituyen pequeños y vibrantes núcleos urbanos.
“En los barrios aún se reproduce la vida de los pueblos. En el nuestro todavía decimos “voy a la ciudad”, aunque vivimos dentro de ella”, compartió entre risas uno de los vecinos. Cierta persona apeló a no olvidar la urgencia social, que en este momento es de orden económico, y otra, propuso generar espacios de reflexión para abordar las problemáticas específicas de cada barrio. “Falta empuje por parte de la ciudadanía. Hay personas que proponen, pero no dan seguimiento a la propuesta”, indicó alguien más.