>> #ProyectoPatio, #microproyectos para la creatividad colectiva
El año pasado iniciamos una serie de reuniones en el cole de nuestros peques para regenerar el patio de los más pequeños. Éste, como otros muchos patios, no han evolucionado al mismo tiempo que lo han hecho las metodologías educativas actuales y la sociedad en general. Pretendía ser un microproyecto colaborativo que comenzara este curso 2020/2021 y que integrara la participación ciudadana, que fomentara la inteligencia colectiva, la creatividad social y que re-generara y re-activara los espacios comunes de los centros educativos.
Surgió con la idea de que el juego es “una herramienta de aprendizaje, en la mayoría de los casos innata. Jugar nos hace ganar seguridad, nos ofrece la posibilidad de crear una imagen positiva de nosotros mismos, una sensación de bienestar… descubrimos qué podemos hacer y hasta dónde podemos llegar”, teniendo presente la premisa de que “jugar no sólo es un derecho, es una necesidad a partir de la cual los niños experimentan, sienten, descubren, expresan y aprenden sin apenas darse cuenta» (Patios dinámicos, 2019). El proyecto fue muy bien acogido por el centro, que se esfuerza curso tras curso por mejorar tanto metodología, como docencia como instalaciones. La idea nació tanto con el deseo que provoca la inquietud de mejorar y de ofrecer la oportunidad de utilizar el patio como espacio de juego además de darle un papel protagonista para generar un ambiente de convivencia amable y equilibrado. Se pretendía también dotarlo de la cualidad inclusiva, entendiendo como inclusión el “compartir, participar, pertenecer, respetar, comprender, …” (Patios dinámicos, 2019).
Como en todos nuestros talleres, se quería implicar a los niños con el mundo que les rodea, con la ciudad que pisan y juegan, despertando su interés por la arquitectura y el urbanismo sostenible. Y por qué no empezar con sus patios, con su entorno más cercano. Esto se acentúa si además tenemos en cuenta que el patio, que debería ser el punto por excelencia de los encuentros, divertido, foco de la diversidad, educativo y saludable, en general, no es valorado con la importancia que debería tener. Lo que se traduce en su estatismo físico durante décadas: no han disfrutado de ninguna remodelación y siguen teniendo el mismo aspecto que hace años. Por ser “un elemento desligado del currículo, habitualmente se relega su función educadora y pedagógica y se ven mermadas sus funciones y su disfrute” (Basurama, 2015). Aun así, aunque sean espacios baldíos y varados en el tiempo, los niños nos enseñan cómo usarlos de la forma más creativa e imaginativa posible. Si tomamos conciencia de que hay mucho conocimiento que no surge propiamente en el interior de las aulas, sino que muchas veces es un trabajo colaborativo, donde podría ser una actividad de hacer más que de pensar, el patio es el lugar perfecto para desarrollar un conocimiento experiencial, colectivo, social y abierto a niños, docentes y familias. «Es necesario un replanteamiento de las prácticas educativas cotidianas sobre los patios y una observación cuidadosa de las dinámicas relacionales entre el alumnado que se producen en los patios para convertirlas en inclusivas desde una vertiente crítica y transformadora. Necesitamos utilizar esta franja horaria con fines educativos” (C.P. Bernardo Gurdiel, 2016).
Todo esto está ligado también a su autonomía. Quizás deberíamos pararnos a pensar por qué actualmente los niños cada vez más realizan sus desplazamientos en coche y menos a pie, sobre todo solos. Una de las razones es, según Tonucci (2016), que les hemos quitado dicha autonomía a los niños, no salen a la calle y las calles, a su vez, son inseguras porque no hay niños en ellas. “Su presencia obliga a los adultos a tener cuidado. Son la seguridad más barata y sencilla”. Si una calle es segura, habrá niños y mayores, “un niño que se mueve con sus progenitores es un hecho privado. Aunque se porten mal los padres, no es fácil intervenir. Un menor que va solo es un hecho público. Por malos que seamos, que lo somos, prácticamente nadie rechaza ayudar a un niño” (Tonucci, 2016). Se volverían a tejer esas redes de confianza gracias a este proyecto facilitando que las familias se conocieran, y donde los comercios locales fueran esos espacios a los que acudir si un niño se sintiera inseguro en el espacio público. Quizás, la pandemia nos ha dado la oportunidad de volver a llenar las calles de ojos que las vigilan y las hacen seguras gracias a la solicitud de muchos centros escolares de la peatonalización de sus entornos. Se podría dotar con estos micro proyectos (de interior de patios conectados con un entorno amable) de espacios seguros para los niños a los recorridos cotidianos (si un espacio es seguro para un niño, casi con toda seguridad lo será para el resto de la sociedad), para devolverles su autonomía fomentando cosas tan básicas como el comercio de barrio y la vida de acera (Jacobs, 1961).
Este año prima la rapidez por el covid19. El proyecto participativo y colaborativo habrá de esperar o de transformarse en una cooperación online, que después podrá materializarse por turnos, con distancias de seguridad y mascarillas al aire libre para generar un patio amable, seguro y lleno de vida. Para obtener un proyecto integral que englobe todo (pavimentos, pilares, entrada y salida, portón, entorno, cerramientos, paredes, huerto urbano, mobiliario, elementos de juego, graffiti realizado este año, etc) y no de mini-actuaciones que vayan parcheando defectos puntuales. Lo primero que habría que hacer es modificar el espacio donde nuestros niños entran. Dadas las características y los medios actuales, se pintó en su día con líneas sencillas el espacio destinado a cada clase, haciendo aquí las tutoras una labor fantástica con los medios y el tiempo del que disponen:
Si les ayudamos entre todos, este espacio ganaría en muchísimos sentidos. Se le podría dar más dinamismo al patio si cada clase tuviera su propio icono: yo estoy en la flor, ¡y cuando tenga 4 años, estaré en el cohete! ¿Podríamos los padres organizarnos para ayudar al cole? Y hablan los primeros que no tienen tiempo material para nada, pero si somos muchos, el trabajo se minimiza. Podríamos buscar patrocinadores (pintura, vegetación, materiales de construcción,…), buscar subvenciones, aunar nuestras diferentes profesiones para generar un proyecto multidisciplinar, hacer un crowdfounding, juntarnos los fines de semana,… todo un proyecto bottom-up cuando desde arriba es imposible, por medios o por lo que sea, llegar a los de abajo. Y entonces son los de abajo, los propios ciudadanos, los que se ponen a trabajar (innovación colectiva). Ahí lo dejamos…