>> Espacio público, coronavirus y niños

Este post es tan personal, que lo firmo yo sola, porque voy a ser sincera: me indigna profundamente que no se esté atendiendo a los más pequeños debidamente en toda esta situación de pandemia de ciencia ficción. Me indigna no poder pasear con ellos tranquilamente, me indigna que hayan sido confinados tanto tiempo, que no se hayan tenido en cuenta sus necesidades y sus derechos (a la educación, al juego, a opinar y ser escuchados,…), que todo se abra antes que un parque, una plaza o una escuela, que «los niños se adaptan muy bien», que «los niños están en la gloria con sus padres», que «no habrá consecuencias psicológicas» para ellos. ¿Qué niño no ha echado de menos a sus compañeros, o coger su bici y disfrutar pedaleando, o jugar en la calle simplemente,…? Al principio pensaba que aunque abrieran los coles, me daba miedo que se incorporaran, que mejor se quedaban en casa. Han ido pasando los días y teniendo más contactos (laborales y personales) y he comprobado las medidas que entre todos estamos tomando. También he leído mucho sobre los efectos positivos que tiene que los niños socialicen, ya sea en la calle o en la escuela (no sólo los contenidos, es mucho más, es todo lo que significa ir al centro educativo, ya tengas 1 añIto ó 4). Si todo se re-abre y se piensa para hacerlo en condiciones de seguridad, ¿qué pasa con los niños, con su ocio, con el sistema educativo, con el juego como motor de pensamiento y de desarrollo psicomotor? Los educadores andan perdidos, no cuentan con ellos y no saben cómo ni cuándo comenzarán las clases (a todos los niveles, empezando por infantil). ¿No es incongruente que un niño pueda sentarse en un bar y no en su pupitre? Y sí, el pupitre es más complicado, pero qué tal jugar en un parque o, simplemente, andar por la calle.

¿Y en casa, cómo lo llevamos? Como pareja, somos compañeros de relevo. Os cuento: al principio todo fluía. Se pararon los estreses, las carreras diarias por llegar a todos sitios, convivíamos los 4 disminuyendo los dos nuestro horario de trabajo. Disfrutábamos de los peques dentro de nuestra pequeña burbuja, nos conocíamos más los 4 y se agradecía ese pequeño parón. Pero los trabajos se acumulaban y a las 2 semanas del confinamiento, tocaba correr. Y después las fases fueron avanzando, lo cual significaba que teníamos que turnarnos más horas para llegar a las 7-8 diarias de trabajo, echando horas nocturnas. Se acabaron las comidas y cenas los 4 juntos entre semana; nos damos el relevo en la puerta, que nos falta chocarnos la mano, pasarnos las llaves y salir pitando. Esto trae más estrés, más cansancio, más llantos y también rabietas, a veces, desproporcionadas. Pero no os preocupéis, «los niños casi ni lo notan».

Después pudimos salir 1 hora al día… ¡ay, qué bien! El primer día, la emoción del encierro era tanta, que no pude contener las lágrimas, y eso que el mayor preguntaba por qué no podíamos salir los 4 juntos. ¿Sabéis lo que es ver a tus hijos salir a la calle como si todo fuera nuevo? Saludaban a la gente, se reían, miraban las hojas moverse con el viento,… la gente fue muy respetuosa y los niños,… los niños nos volvieron a dar otra lección. Y todo esto, para mí, fue de agradecer, porque tuve que esforzarme en no transmitirles ningún mensaje alarmista mientras paseábamos por la calle.

Miré la ciudad de una manera muy distinta cuando estaba vacía, sola y esperando ser vivida. Ir hasta la cochera era todo un ejercicio de reflexión, pensaba en cómo los situacionistas de los 60 afirmaban que el entorno condiciona el comportamiento y las emociones de las personas (psicogeografía). «Al fin y al cabo, al pasear no sólo exploramos el paisaje, sino que nos sumergimos en la condición humana y nos miramos a nosotros mismos desde bien adentro» (Deborah García). Miré las calles, las aceras y las plazas con ojos de esperanza y no paraba de idear, de proyectar, de pensar cómo podían ser cuando pudiéramos volver a la normalidad. Para poder pasearlas, transitarlas y habitarlas con sus 2 metros de distancia, con pasos pequeñitos, a paso lento. Y lo hablaba con amigos, arquitectos o no arquitectos, no era difícil, sólo hacía falta colaboración ciudadana e institucional.

Al continuar la desescalada, se han sucedido los grupos de gente por la calle, la apertura de las terrazas y la aglomeración de personas, con lo que es imposible mantener las distancias. Para los peatones, es complicado compaginar paseo y distancia de seguridad en muchas calles simplemente por su geometría (recordemos que las mascarillas no son la medida que hace que se anulen todas las demás: es imprescindible seguir guardando la distancia de seguridad), aquí no me voy a meter. Ahora bien, en calles amplias donde las terrazas han invadido las aceras… uff… Es comprensible que los negocios tienen que abrir en condiciones de seguridad, y para ello se les ha favorecido pudiendo extenderse en la calle. Hemos hablado muchas veces sobre cómo la privatización del espacio público disminuye la calidad de éste, a lo que ahora se suma la inseguridad sanitaria que produce sentarse en un banco público. También hemos comentado otras tantas que los comercios locales son la vida de los barrios, los ojos que vigilan, la vecindad que se crea.

Resumiendo, si se han tomado estas medidas para favorecer la economía y el comercio local, también se deben de tomar medidas para favorecer los paseos que tanto añorábamos. Es decir, se tiene que pensar en todo: si amplío la superficie de las terrazas, he de ampliar también la de los peatones. Y no es que lo diga yo, es que lo dice el Artículo 15.2. 2. del BOE. 9 Mayo 2020. «En el caso de que el establecimiento de hostelería y restauración obtuviera el permiso del Ayuntamiento para incrementar la superficie destinada a la terraza al aire libre, se podrán incrementar el número de mesas previsto en el apartado anterior, respetando, en todo caso, la proporción del cincuenta por ciento entre mesas y superficie disponible y llevando a cabo un incremento proporcional del espacio peatonal en el mismo tramo de la vía pública en el que se ubique la terraza«. Esto no se está cumpliendo.

Os pongo un ejemplo: nuestro paseo del otro día con nuestros peques, que por su edad y su condición, no llevan mascarilla. Bajamos todo el Paseo de la Estación, pasamos por el Banco de España hacia Renfe (cuesta que le encanta a la mayoría de peques) y nos dirigimos hacia el parque del Bulevar siguiendo este itinerario:

Justo antes del cruce de Calle Extremadura, hay dos restaurantes. Uno de ellos estaba cerrado, ¡menos mal! Tuvimos que pasar por entre las mesas (donde la gente, para poder consumir, no llevaba mascarillas) para poder ir hasta el paso de peatones. No echamos foto por respeto, porque no queremos fastidiar a nadie, así que os pongo estos esquemitas que ilustran nuestro paseo:

Hay que encontrar el equilibrio para todos y entre todos. A mí me ilusionan tremendamente imágenes como ésta de París:

Tenemos una oportunidad estupenda para repensar las ciudades. Tenemos una oportunidad estupenda para que sean más amables, accesibles, peatonales… una ciudad para nuestros niños y mayores. Si ellos la pasean bien, todos lo haremos. No es normal que nuestros peques sólo tengan el parque del Bulevar para pasear en condiciones óptimas: sitios abiertos donde poder guardar las distancias de seguridad. Pero, ¿y para llegar hasta allí, qué pasa? Nuestro hijo de 4 años es capaz de mantener la distancia de seguridad, es más, debido a su inocencia, es capaz de alertar a alguien si se acerca a él demasiado (ya sea familiar o desconocido, ya sea porque se ha caído con la bici y van en su ayuda, etc, etc). Se extraña cuando ve a tanta gente sentada en los bares y nos llama mentirosos: «me dijisteis que no nos podíamos juntar tanta gente». Nos pregunta (ya no tanto, qué pena) que por qué no puede volver al cole con sus amigos, que echa de menos correr en su patio y dibujar en el suelo. ¿No os están enseñando mucho vuestros hijos? Enseñémosles también que somos co-responsables, que si salimos al parque (cuando los abran en la fase 3.502) todos tenemos que estar atentos y todos tenemos que estar socialmente comprometidos por la seguridad de todos. ¿Qué dirían nuestros niños si pudieran manifestarse, si pudieran llevar su voz a las instituciones? (pincha aquí para rellenar nuestra breve encuesta).

 

Hace poco escribíamos esto en nuestras redes sociales, y lo seguimos pensando, reivindicando y pidiendo un consenso ciudadano para tener una ciudad para todos:

▪Los niños no van a jugar a los parques porque son zonas de alto contagio. ¿Qué se ha habilitado para ellos desde que pueden pasear: más zonas de juego, espacios seguros en las aceras, espacios de juego seguros que sean atractivos para ellos,…?

Nuestros menores han estado confinados totalmente 43 días. El primer día que salimos a la calle estaban emocionadísimos. Tanto, que no pudimos contener las lágrimas. La calle era un festival de sensaciones para ellos. No paraban de señalar y de reír…

▪Y, pese a intentar no estresarles con los protocolos e infundirles miedo al contacto, los límites estaban claros. Y se portaron como pequeños campeones. Aunque es difícil…

▪Es complicado andar por aceras estrechas, donde guardar la distancia de seguridad es imposible. Ellos te miran y te dicen, mamá, ¡no podemos seguir jugando a no acercarnos a la gente! Jugaremos a que las zonas rojas son lava…

▪Ver esta noticia es ver cómo las terrazas de los bares, aquellas que ya se adueñaron de nuestras aceras, ahora invaden los parques infantiles, tan vacíos de vida. Tan pacientes como nuestros niños

▪Y a lo mejor, repensar nuestra pequeña #ciudad no es difícil. Caminos seguros (para los más peques no están recomendadas las mascarillas), espacios amplios de juego,… pensar en la infancia, la gran olvidada en esta pandemia

▪Porque, ¿qué es una ciudad vacía de niños? Es tristeza, es inseguridad y para nada, es una ciudad amable. ¿No os pasó que al escuchar niños en las calles vacías los primeros días que podían pasear era como escuchar vida?

Les debemos este #repensarLAciudad #jugarLAcalle, que la hagan suya,… ellos también echan de menos el contacto, el jugar, el aire libre, el correr a velocidad gatuna,…

 

 

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