>> Los trabajos invisibles
Desde hace unas semanas compartimos alojamiento veraniego con unos buenos amigos. De esos que no hace falta repartirse las tareas porque todos trabajamos a la par (cada uno con sus limitaciones). Eso nos hizo pensar en cómo pasa lo mismo en las comunidades organizadas: los niños juegan en espacios limpios y estos niños (junto con sus padres) generan algo curiosísimo, y es que al usar los espacios, se exige una limpieza y organización en los mismos que los mantiene en el tiempo y los consolida como espacios de juego. Además, el que haya niños en las calles se considera ya un triunfo del espacio público, ya que significa que es un espacio seguro. Estas comunidades organizan actividades en sus calles y plazas, reivindican mejoras en sus espacios públicos a las instituciones, se manifiestan en contra de aquello que consideran un perjuicio contra la ciudad (como los habitantes de Jaén que actualmente se manifiestan contra la reforma sin cabeza en el Deán Mazas para convertirla en otra plaza dura), son ciudadanos y vecinos proactivos y comprometidos, aquellos que limpian su acera (o su andén) correspondiente, que tienen ojos que vigilan las calles haciéndolas seguras (la importancia del comercio de barrio, como os comentábamos aquí), etc, etc.
Son los trabajos invisibles los que hacen que una casa esté limpia y recogida, que sea un espacio seguro para el juego de los niños, que haya alguien siempre vigilando la integridad de los peques y que, junto a todo esto, se proporcione que sean autónomos en cada espacio sin peligro alguno. Lo mismo pasa en nuestras calles y plazas, son estas tareas que se esconden en «los pliegues de la realidad» (Theros, X.) las que hacen de los espacios públicos espacios para disfrutarlos, donde reunirse, encontrarse, manifestarse, disfrutar de una fiesta o jugar de forma segura, diversa y animada.

Imagen: La Séptima, Bogotá (2014), #CicloVía